Escribes: "Sí, tienes razón. Le quiero mucho. Pero también te quiero a ti, Franz." Leo la frase muy atentamente; en cada palabra me detengo, especialmente en "también"; es cierto, no serías Milena si no fuera cierto, y qué sería de mí si no existieras, y también es mejor que escribas eso en Viena y no que lo digas en Praga; comprendo todo muy bien, tal vez mejor que tú; y sin embargo, por una misteriosa debilidad, no puedo terminar nunca la frase, es una lectura infinita, y finalmente vuelvo a repetirla aquí, para que tú también la puedas ver y la podamos leer juntos, sien con sien. (Tus cabellos en mi cara.) Había escrito hasta aquí cuando llegaron tus dos cartas a lápiz. ¿Creías que no esperaba recibirlas? Pues muy en el fondo lo esperaba, aunque uno no vive constantemente en el fondo y prefiere vivir en la tierra como el ser más miserable. No sé por qué siempre tienes miedo de que yo haga algo por mi cuenta. [...]
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